Pasados ya unos días desde los interminables cuatro (¿sólo han sido cuatro?) partidos entre el Real Madrid y el Barça, pasadas ya las celebraciones pertinentes, sólo pendientes de que los culés pierdan la Final de la Copa de Europa y por petición popular (Ana, cuando te pones pesada, te pones pesada de verdad), he decidido contar algo de aquel pasado 20 de abril.
Nos cogimos el día en el trabajo de vacaciones y nos fuimos cinco personas en dos coches bien temprano hacia Valencia. Después del pertinente simpa en el desayuno a mitad de camino, llegamos a Valencia, dejamos aparcados los coches y empezamos la penitencia alcohólica. Primero en la playa del Saler y luego por los aledaños de Mestalla. Tras las primeras cervezas y la paella tradicional de menú, intentamos revender las dos entradas que teníamos sin mucho éxito.
Y como el objetivo del día era divertirse, nos pusimos en camino hacia la carpa montada para la afición madridista en la cuenca del Turia. Aquello parecía un after de los 90: alcohol y Chimo Bayo a todo volúmen. Los tradicionales cánticos propios del fútbol, y otros nuevos en detrimiento de Shakira, fueron la nota predominante. Al salir de la carpa, el éxtasis: el autobús del Real Madrid camino del estadio. Se me pusieron los pelos de punta (como ahora al recordarlo). Y más cerca del estadio, el autobús del Farsa. En ese momento, la masa se apropió de mi y me convertí en el exaltado de turno a juego con el ambiente: insulté con saña y rabia a esos tipos.
Pese a todo el alcohol acumulado (o precisamente por ese alcohol) el ánimo no decayó. Los dos que tenían entrada entraron y los otros tres nos fuimos en busca de un sitio donde verlo. Encontramos una especie de restaurante ¿brasileño? que parecía tranquilo. Al poco rato descubrimos que la mayoría de los parroquianos eran favorables a la victoria culé, pero eso tampoco amilanó mi ímpetu. Mucho colegueo y algunas fotos graciosas culminaron en el minuto 102 de partido, cuando CR7 cabeceó aquél centro de Di María y me volví loco. Ante la proximidad de un título (¡por fin!) se me humedecieron los ojos. Y cuando el árbitro (¿quién coño era el árbitro?) pitó el final me puse de rodillas para descargar un poco de tensión.
La fiesta siguió en el típico pub con la típica música. Mucha cara alegre entre los madridistas allí presentes y mucha mirada soslayada entre la concurrencia culé. Muchas risas y mucho alcohol.
A eso de las 5:00 nos echamos a dormir en los coches para poder conducir decentemente hacia Madrid por la mañana. Desayuno abundante y camino eterno hacia nuestra ciudad.
La paliza mereció la pena. Lo pasamos tan bien…
¡Cómo no te voy a quereeeeeeeerrr…!